martes, 5 de mayo de 2009

La colilla

Uno


y Dos...

1 comentario:

  1. Como ya sabéis, tengo un problema para colgar páginas, cosas o lo que sea en el blog... así que como cuco que soy, okupo las páginas ajenas y me instalo en ellas.
    Quiero dos cosas:
    1º Cagarme en el hijodelagranputa ese que asesinó a Carlos palomino. Vi las imágenes ayer y llevo dos días revuelto... Dos días enfermo. Dos días con odio en el alma.
    2º Que lean lo siguiente que me ha llegado a mi correo:
    "Disculpen la molestia
    Por Eduardo Galeano.
    Página 12. 8 de Mayo 2009
    Quiero compartir algunas preguntas, moscas que me zumban en la cabeza. ¿Es
    justa la justicia?¿Está parada sobre sus pies la justicia del mundo al
    revés? El
    zapatista de Irak, el que arrojó los zapatazos contra Bush, fue
    condenado a tres años de cárcel. ¿No merecía, más bien, una
    condecoración?

    ¿Quién
    es el terrorista? ¿El zapatista o el zapateado? ¿No es culpable de
    terrorismo el serial killer que mintiendo inventó la guerra de Irak,
    asesinó a un gentío y legalizó la tortura y mandó aplicarla?

    ¿Son
    culpables los pobladores de Atenco, en México, o los indígenas mapuches
    de Chile, o los kekchíes de Guatemala, o los campesinos sin tierra de
    Brasil, acusados todos de terrorismo por defender su derecho a la
    tierra? Si sagrada es la tierra, aunque la ley no lo diga, ¿no son
    sagrados, también, quienes la defienden?

    Según
    la revista Foreign Policy, Somalia es el lugar más peligroso de todos.
    Pero, ¿quiénes son los piratas? ¿Los muertos de hambre que asaltan
    barcos o los especuladores de Wall Street, que llevan años asaltando el
    mundo y ahora reciben multimillonarias recompensas por sus afanes?

    ¿Por qué el mundo premia a quienes lo desvalijan?

    ¿Por
    qué la justicia es ciega de un solo ojo? Wal Mart, la empresa más
    poderosa de todas, prohíbe los sindicatos. McDonald’s, también. ¿Por
    qué estas empresas violan, con delincuente impunidad, la ley
    internacional? ¿Será porque en el mundo de nuestro tiempo el trabajo
    vale menos que la basura y menos todavía valen los derechos de los
    trabajadores?

    ¿Quiénes
    son los justos y quiénes los injustos? Si la justicia internacional de
    veras existe, ¿por qué nunca juzga a los poderosos? No van presos los
    autores de las más feroces carnicerías. ¿Será porque son ellos quienes
    tienen las llaves de las cárceles?

    ¿Por
    qué son intocables las cinco potencias que tienen derecho de veto en
    las Naciones Unidas? ¿Ese derecho tiene origen divino? ¿Velan por la
    paz los que hacen el negocio de la guerra? ¿Es justo que la paz mundial
    esté a cargo de las cinco potencias que son las principales productoras
    de armas? Sin despreciar a los narcotraficantes, ¿no es éste también un
    caso de “crimen organizado”?

    Pero
    no demandan castigo contra los amos del mundo los clamores de quienes
    exigen, en todas partes, la pena de muerte. Faltaba más. Los clamores
    claman contra los asesinos que usan navajas, no contra los que usan
    misiles.

    Y
    uno se pregunta: ya que esos justicieros están tan locos de ganas de
    matar, ¿por qué no exigen la pena de muerte contra la injusticia
    social? ¿Es justo un mundo que cada minuto destina tres millones de
    dólares a los gastos militares, mientras cada minuto mueren quince
    niños por hambre o enfermedad curable? ¿Contra quién se arma, hasta los
    dientes, la llamada comunidad internacional? ¿Contra la pobreza o
    contra los pobres?

    ¿Por
    qué los fervorosos de la pena capital no exigen la pena de muerte
    contra los valores de la sociedad de consumo, que cotidianamente
    atentan contra la seguridad pública? ¿O acaso no invita al crimen el
    bombardeo de la publicidad que aturde a millones y millones de jóvenes
    desempleados, o mal pagados, repitiéndoles noche y día que ser es
    tener, tener un automóvil, tener zapatos de marca, tener, tener, y
    quien no tiene, no es?

    ¿Y
    por qué no se implanta la pena de muerte contra la muerte? El mundo
    está organizado al servicio de la muerte. ¿O no fabrica muerte la
    industria militar, que devora la mayor parte de nuestros recursos y
    buena parte de nuestras energías? Los amos del mundo sólo condenan la
    violencia cuando la ejercen otros. Y este monopolio de la violencia se
    traduce en un hecho inexplicable para los extraterrestres, y también
    insoportable para los terrestres que todavía queremos, contra toda
    evidencia, sobrevivir: los humanos somos los únicos animales
    especializados en el exterminio mutuo, y hemos desarrollado una
    tecnología de la destrucción que está aniquilando, de paso, al planeta
    y a todos sus habitantes.

    Esa
    tecnología se alimenta del miedo. Es el miedo quien fabrica los
    enemigos que justifican el derroche militar y policial. Y en tren de
    implantar la pena de muerte, ¿qué tal si condenamos a muerte al miedo?
    ¿No sería sano acabar con esta dictadura universal de los asustadores
    profesionales? Los sembradores de pánicos nos condenan a la soledad,
    nos prohíben la solidaridad: sálvese quien pueda, aplastaos los unos a
    los otros, el prójimo es siempre un peligro que acecha, ojo, mucho
    cuidado, éste te robará, aquél te violará, ese cochecito de bebé
    esconde una bomba musulmana y si esa mujer te mira, esa vecina de
    aspecto inocente, es seguro que te contagia la peste porcina.

    En
    el mundo al revés, dan miedo hasta los más elementales actos de
    justicia y sentido común. Cuando el presidente Evo Morales inició la
    refundación de Bolivia, para que este país de mayoría indígena dejara
    de tener vergüenza de mirarse al espejo, provocó pánico. Este desafío
    era catastrófico desde el punto de vista del orden racista tradicional,
    que decía ser el único orden posible: Evo era, traía el caos y la
    violencia, y por su culpa la unidad nacional iba a estallar, rota en
    pedazos. Y cuando el presidente ecuatoriano Correa anunció que se
    negaba a pagar las deudas no legítimas, la noticia produjo terror en el
    mundo financiero y el Ecuador fue amenazado con terribles castigos, por
    estar dando tan mal ejemplo. Si las dictaduras militares y los
    políticos ladrones han sido siempre mimados por la banca internacional,
    ¿no nos hemos acostumbrado ya a aceptar como fatalidad del destino que
    el pueblo pague el garrote que lo golpea y la codicia que lo saquea?

    Pero, ¿será que han sido divorciados para siempre jamás el sentido común y
    la justicia?

    ¿No nacieron para caminar juntos, bien pegaditos, el sentido común y la
    justicia?

    ¿No
    es de sentido común, y también de justicia, ese lema de las feministas
    que dicen que si nosotros, los machos, quedáramos embarazados, el
    aborto sería libre? ¿Por qué no se legaliza el derecho al aborto? ¿Será
    porque entonces dejaría de ser el privilegio de las mujeres que pueden
    pagarlo y de los médicos que pueden cobrarlo?

    Lo
    mismo ocurre con otro escandaloso caso de negación de la justicia y el
    sentido común: ¿por qué no se legaliza la droga? ¿Acaso no es, como el
    aborto, un tema de salud pública? Y el país que más drogadictos
    contiene, ¿qué autoridad moral tiene para condenar a quienes abastecen
    su demanda? ¿Y por qué los grandes medios de comunicación, tan
    consagrados a la guerra contra el flagelo de la droga, jamás dicen que
    proviene de Afganistán casi toda la heroína que se consume en el mundo?
    ¿Quién manda en Afganistán? ¿No es ese un país militarmente ocupado por
    el mesiánico país que se atribuye la misión de salvarnos a todos?

    ¿Por
    qué no se legalizan las drogas de una buena vez? ¿No será porque
    brindan el mejor pretexto para las invasiones militares, además de
    brindar las más jugosas ganancias a los grandes bancos que en las
    noches trabajan como lavanderías?

    Ahora
    el mundo está triste porque se venden menos autos. Una de las
    consecuencias de la crisis mundial es la caída de la próspera industria
    del automóvil. Si tuviéramos algún resto de sentido común, y alguito de
    sentido de la justicia ¿no tendríamos que celebrar esa buena noticia?
    ¿O acaso la disminución de los automóviles no es una buena noticia,
    desde el punto de vista de la naturaleza, que estará un poquito menos
    envenenada, y de los peatones, que morirán un poquito menos?

    Según Lewis Carroll, la Reina explicó a Alicia cómo funciona la justicia
    en el país de las maravillas:

    –Ahí
    lo tienes –dijo la Reina–. Está encerrado en la cárcel, cumpliendo su
    condena; pero el juicio no empezará hasta el próximo miércoles. Y por
    supuesto, el crimen será cometido al final.

    En
    El Salvador, el arzobispo Oscar Arnulfo Romero comprobó que la
    justicia, como la serpiente, sólo muerde a los descalzos. El murió a
    balazos, por denunciar que en su país los descalzos nacían de antemano
    condenados, por delito de nacimiento.

    El
    resultado de las recientes elecciones en El Salvador, ¿no es de alguna
    manera un homenaje? ¿Un homenaje al arzobispo Romero y a los miles que
    como él murieron luchando por una justicia justa en el reino de la
    injusticia?

    A veces terminan mal las historias de la Historia; pero ella, la Historia,
    no termina. Cuando dice adiós, dice hasta luego."

    Salud, compadres.

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